Venta de grabados eroticos antiguos

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Erotica

Iconografía

El desnudo ha tenido, especialmente desde el Renacimiento, un marcado sentido iconográfico, ya que, debido quizá al pudor en la representación del cuerpo humano desnudo, el artista ha buscado frecuentemente una excusa temática para poder representar desnudos, otorgándoles un significado generalmente relacionado con la mitología grecorromana y, a veces, con la religión. Hasta el siglo XIX prácticamente no encontramos desnudos «al natural», despojados de todo simbolismo, desnudos que sólo reflejen la esteticidad intrínseca del cuerpo humano. Las fuentes iconográficas para estas representaciones se encuentran en los textos de los autores clásicos grecorromanos (Homero, Tito Livio, Ovidio), para la mitología, y en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) para la religión. Muchos artistas estaban al corriente de las diversas temáticas mitológicas o religiosas, así como de la obra de otros autores, por medio de grabados y xilografías que circulaban por toda Europa, sobre todo desde el siglo XVI —pocos eran los artistas realmente eruditos y que podían extraer información directamente de las fuentes clásicas, como Rubens, que sabía latín y varios idiomas europeos—. Con el tiempo, se forjó un corpus iconográfico que recogía los principales mitos, leyendas, pasajes sagrados y relatos históricos, con obras como La leyenda dorada de Jacopo da Varazze (siglo XIII), sobre vidas de los santos y de Cristo y la Virgen María, o La genealogía de los dioses paganos de Boccaccio (1360-1370), sobre mitología griega y romana.

Desnudo antiestético

El desnudo suele identificarse con la belleza, pero no todos los desnudos son bellos o agradables, también existen representaciones de personajes desnudos que por diversas razones resultan feos o repugnantes, o carentes de cualquier atractivo físico, bien por su naturaleza poco favorecida, por deformidades o malformaciones, por estar representados en su vejez o por ser personajes malvados o depravados, o incluso monstruos o seres fantásticos de la mitología (sátiros, silenos) o la religión (demonios, brujas). Como en el caso de la belleza, la fealdad es relativa y con distinta percepción según la cultura, el tiempo y el lugar: así como para el hombre occidental una máscara africana puede parecer horrenda, aunque represente a un dios benévolo para sus adoradores, para un no occidental una imagen de Cristo crucificado puede resultar desagradable, aunque para un cristiano sea símbolo de redención. La fealdad puede ser física o espiritual, pero también se encuentra en la deformidad, la asimetría, la desfiguración, la falta de armonía, y en conceptos de índole moral, como la maldad, la vileza o la mezquindad, junto a otras categorías como lo grosero, lo nauseabundo, lo repelente, lo grotesco, lo abominable, lo asqueroso, lo obsceno, lo siniestro, etc. Ya en la Antigua Grecia se produjo una dicotomía entre el equilibrio del período clásico y el sentimentalismo exacerbado y trágico del período helenístico: frente a la energía vital y triunfadora de los héroes y atletas surgió el pathos, la expresión de la derrota, del dramatismo, el sufrimiento, de los cuerpos maltrechos y deformados, enfermos o mutilados. Así se observa en mitos como la matanza de los hijos de Níobe, la agonía de Marsias, la muerte del héroe (como Héctor o Meleagro) o el destino de Laocoonte, temas frecuentes en el arte de la época.46 Este patetismo se trasladó en la Edad Media al calvario de Cristo y el martirio de santos como San Sebastián y San Lorenzo, cuyos suplicios fueron a menudo plasmados en el arte en auténticos paroxismos de dolor y sufrimiento, aunque para la teología cristiana el martirio era un símbolo de sacrificio y de redención para el hombre. En el terreno de la filosofía, una de las primeras rupturas con la belleza clásica se produjo con Gotthold Ephraim Lessing, quien en su obra Laocoonte (1766) rechazó la idea de perfección clásica elaborada por Johann Joachim Winckelmann, afirmando que no puede haber un concepto de perfección universal para todas las épocas y todas las artes. Aunque no rechazó la posibilidad de hallar un sistema que relacione todas las artes, criticó las analogías absolutas —como la fórmula horaciana ut pictura poesis («la pintura, como la poesía», una de las bases de la teoría humanista del arte)—. Para Lessing, la pintura y la poesía, examinadas en sus contextos imitativos, son distintas: la pintura resulta adecuada para la representación de cualidades sensoriales, tangibles, pudiendo tan solo evocar elementos argumentativos; en cambio, la poesía realiza el proceso inverso.48 Posteriormente, Johann Karl Friedrich Rosenkranz introdujo en Estética de lo feo (1853) la fealdad como categoría estética: siguiendo el sistema dialéctico hegeliano, estableció la belleza como tesis y la fealdad como antítesis, dando como síntesis la risa: lo feo queda anulado por lo cómico. Para este autor, lo feo no existe en sí mismo, sino en contraste con lo bello. Afirmó que lo feo es relativo, mientras que lo bello es absoluto; así, lo feo, lo «negativo estético», se supera desde dentro, igual que el mal se devora a sí mismo. De igual forma sistematizó las categorías de lo feo: deformidad, incorrección y desfiguración